Estaba allí
Estaba allí, mirando al frente. Me refiero a mí. A mí mismo. La verdad es que siempre miro al frente, aunque tenga el cuello retorcido mirando aparentemente hacia atrás. Y la ví. A mi derecha. Moviéndose pausadamente.
Al norte tenía tres uniformadas muchachas, de blanco impoluto pese a sus menesteres. Las dos laterales con una sonrisa de oreja a oreja mientras que la del centro estaba absorta en su trabajo con el ceño fruncido, sin que translucieran, para nada, sus pensamientos.
Lo primero que me llamó la atención fue su indumentaria.
Al sur tenía unos cuantos varones de mediana edad, haciendo guardia distraída sobre su cesta roja, dos de ellos, y el resto, sobre sus carritos de la compra.
¿Había dicho que estaba en un gran centro comercial? De hecho, viéndolos, me veía reflejado en el espejo de otras ocasiones, cuando adoptaba esa misma actitud.
Un montón de pares de ojos de distintos peces, que en esos momentos ya eran pescados, me observaban con atención. Diría que algunos trataban de incitarme a que entablara conversación con ellos pero no podía. Ahora el objeto de atención era ella, alta para su edad, vamos, le calculaba unos 68 o más. Alta para mí serían los 1,68. Desde luego, más baja que yo, que es uno de los indicadores que empleo para averiguar alturas... de personas.
Los varones de guardia, sus respectivas estaban a lo que yo, a intentar entablar alguna relación con los pares de ojos que nos miraban, seguían ahí, de pie, oteando, y esperando el relevo, que paulatinamente les iba llegando, cuando su compañera, esposa, amante o lo que fuese tomaba las riendas y ordenaba la puesta en marcha del carrito. Todo era cuestión de una delicada mirada, o áspera según casos, que significaba el momento concreto y la dirección adecuada.
Desapareció, ella, en un momento para aparecer algo mas tarde a mi izquierda. No sé el tiempo que transcurrió. Estaba abstraído mirando al sur, donde un cartel me informaba que las naranjas estaban a 2 euros la bolsa de tres kilos y que el kilo me saldría, se supone que en el caso de que me decidiera a llevarme una bolsa, a la cantidad de no me acuerdo. Podría hacer una regla de tres pero ya no vale la pena.
Vestía con una camiseta de manga larga, algo deslavada, que dejaba transparentar un sujetador de color negro. Los senos, los dos, algo caídos, por otra parte algo natural y consecuente con la edad que le calculaba.
Las tres muchachas del mostrador del pescado, se supone que a estas alturas todo el mundo ya se habrá percatado de mi exacta ubicación, estaban muy atareadas. Todo era eficacia. Una cuarta muchacha me indicó que si prefería el pescado ya preparado me atendería en el acto, sin esperar a mi turno, el del número verde, azul o rosa según el momento del día. Por no desairarla, uno es débil, le pedí amablemente que me pusiera dos rodajas muy gruesas de salmón, pero no me moví, continué en mi puesto, duramente conseguido a base de pasar números en un ordinario indicador led de puntos rojos.
Mientras, la miraba. Acompañaba su camiseta con un pantalón de tela ligera, de color blanco y negro con dibujos geométricos algo atigrados.
Lo hizo, la muchacha del salmón. Me las sirvió perfectamente envasadas y selladas para que no fueran dejando un rastro del mar noruego por mi futuro trayecto. Le di muy amablemente las gracias. Me gusta dar las gracias, quizá porque a mí me las vienen robando desde hace unos años, vamos, casi todos, en cosas menos, más o igual de importantes que el asunto del salmón.
Al lado del cartel de las naranjas había otros, pero no recuerdo, a mi sur, como he dicho antes. Había también algunos expositores de productos varios, pero tampoco recuerdo, estaba atareado mirando al este. Ella continuaba allí. Destacaba entre el gentío. Una gorra negra, un poco al estilo del Che, cubría un fino cabello rubio rubio, de color claro, rubio claro. El marco que suponía esa gorra, o gorro, realzaba más ese rubio.
Cantaron el número 58. Pronto me tocaría. Las tres muchachas seguían en sus papeles. Dos resplandecientes de felicidad y la otra taciturna. Por un momento caí en la tentación de intentar introducirme en sus pensamientos. Lo dejé. Las combinaciones posibles eran infinitas. Miento. Lo hice, pero las revelaciones carecen de interés ahora.
A mi espalda, el sur, se renovaban las cestas rojas o los carritos llenos hasta arriba de mercancías, como si esperasen el FindelMundo. Cestas y carritos, carritos y cestas, con sus respectivos y solitarios guardianes masculinos. En realidad, uno de ellos no era guardia solitario. Tenía niño dentro del carrito. Era consciente de que yo era uno como ellos, pero hoy debía desarrollar un rol diferente.
Su tez era clara clara, a juego con el rubio rubio claro. Se le descolgaba la historia de su vida en su faz. Debió ser muy guapa y todavía lo era. Y muy feliz, pues así me lo parecía ahora. Sus arrugas no escondían amargura alguna. Estaban ahí y eran la historia de su vida, que parecía mostrar orgullosa.
El 60. Y cuando una de las tres muchachas, no quiero llamarles pescaderas o pescateras, que es un horror de palabra, inició la atención a la afortunada propietaria del número, ella dio unos saltitos disculpándose. ¡Ay!, estaba distraída mirando la lista.
Y estaba distraída mirando la lista de la compra. Lo certifico. No mentía.
En la mano izquierda tenía un par de gafas degradadas, del gris oscuro a un gris blanquecino. Gafas con vida propia, que subían y bajaban en rápidos movimientos. O que ordenaban a la mano un rápido movimiento para colocarse en una delgada y bien formada nariz. Esa mano tenía bastante trabajo ya que también sostenía un bolígrafo normal y corriente, nada de lo que podríamos esperar de esta señora tan especial a mi vista.
La chica de las rodajas de salmón se movía apresuradamente haciendo nada. Tenía poco éxito y por tanto poco que hacer. Todo el mundo, incluido yo, preferíamos que nos preparasen el pescado. Sin ir más lejos, yo le diría a la muchacha que me atendiese: A mí, esa lubina, por favor. No, esa no, la más grande, y por favor, preparada para ponerla a la espalda. ¿Puede ser? Gracias.
En la otra mano tenía un papel muy arrugado, escrito a lápiz con letra muy pequeña. Estaba muy claro que ya lo traía preparado desde casa.
La sincronización era perfecta en una dama de esa categoría, cada vez crecía más mi admiración por ella. La mano del bolígrafo retiraba de sus ojos, después hablaré de ellos, las gafas de sol degradadas del gris al blanco. La mano del papel arrugado subía, con el papel arrugado bien asido, a colocar las gafas de cerca que le colgaban de un cordón negro que destacaba sobre sus flácidos senos, revelados por un negro sujetador bajo una blanca camiseta de manga larga.
Mientras estaba siendo atendida, otra muchacha llamó al 61. Ya iba a ser mi turno. ¿Me daría tiempo?
Sus ojos eran verde azulado. Pese a los dos pares de gafas, no aparecían gastados por la vida. Eran vivaces. Viajaban a lo largo del mostrador preguntando continuamente, algunas veces acompañados por la palabra. Pero no consigo recordar su voz. Probablemente, fuese tan delicada que solamente fuese oída por los peces o pescados de la primera línea.
Sobre el carrito, dejándose caer, una chaqueta de burda lana rojiza, o algo así, con un toque jipi de verdad, y un bolso bandolera que me hubiese gustado para mí. En realidad, para mí me hubiese gustado todo si…
El 62. Yo. Y lo dije tal como lo había ensayado a lo largo de toda la espera. A mí, esa lubina, por favor. No, esa no, la más grande, y por favor, preparada para ponerla a la espalda. ¿Puede ser? Gracias.
Al este, a mi derecha, se había colocado un hombre, con un carrito. Me alegro. No me sentía tan solo, pero enseguida me olvidé de él.
No sé si podría ser mi madre. Ya dije algo acerca de su edad aparente. Por otra parte, tampoco sé muy bien mi edad. Tenía un trasero alto y plano, nada atractivo. Y la camiseta no le quedaba muy bien por la espalda. Mi admiración era profunda. ¿Sería yo capaz de ir así? ¿Quién me lo podría impedir?
Estaba colocando las cosas en su carrito. Había comprado muchas cosas. Algo de trabajo le iba costando, teniendo en cuenta que no había soltado, durante esa manipulación, ni las gafas degradadas, ni el bolígrafo, ni el papel escrito a lápiz... cada vez más arrugado.
La muchacha del pescado alargaba su brazo derecho, movimiento acompañado con un delicado movimiento de seno del mismo lado, hasta un punto de difícil equilibrio, a fin de facilitarle la recogida de sus compras.
Mi muchacha, la que tan amablemente me estaba atendiendo, después de acabar con la lubina, esa no, la más grande, y sellarla para evitar un rastro a mar cantábrico, un decir, en mi más próximo futuro trayecto, hacía otro tanto que yo agradecía con una sonrisa.
Sin darnos cuenta, sobre todo ella de mi presencia, nos fuimos alejando poco a poco. Yo absorto, ella no sé. Ya no atendía. Yo, con la imagen de la serenidad personificada. Ella, ignorando que por un momento, fue la persona más importante de mi vida. Yo, recordándola ahora. Ella, sin saber que sería la protagonista de esta historia.
Este relato fue publicado el 1 de octubre de 2007
en Outra Vaca No Milho
lo recupero añadiéndole una fotografía
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:::Post 315 CR 056/091020 – Ella estaba allí
:::foto: 090604-P1030399-Pescadera en Santiago de Compostela - A Coruña
:::Lumix TZ5 f/3.4 - 1/30 seg - 5 mm* - ISO 200
38 "j i r o n e s del c r i s t a l":
Esto comentaron en su momento…
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Luigi el 03.10.07…
Bonito relato, tiene usted una gracia especial que engancha.
Lástima que le empaquetaran tan bien el salmón, si no seguiría el rastro hasta las señoritas de blanco.
Madame Vaudeville el 03.10.07...
Me ha encantado, la verdad. Con qué sencillez relata una historia tan simple y cotidiana. Y engancha, como dice mi querido luigi. ¡Y encima con Satie de banda sonora, que ya ve que me apasiona!
Besos y encantada de conocerle.
Volveré por su hogar y le reservaré una cálida butaquita en mi cabaret.
carlota el 19.10.07...
Me ha gustado mucho este texto, porque es verdad...cuántas personas pasan por nuestra vida, personas que ni siquiera saben que estamos ahí, y que por la razón que sea, se han hecho importantes a nuestros ojos. A veces unos segundos pueden convertirse en una eternidad...Seguramente esa señora sigue ignorante que gracias a tu hábil pluma se ha convertido en historia, y en alguien que nunca olvidarás. Estupendo...un abrazo.
I knew the story already but it's been a pleasure to reread it again.
Lucky woman to be the "star" of your post! Pity she doesn't know it, she would be very proud to attract all your attention.
I like this very well-written text full of all kind of details.
HHK
Lo escribiste tú también? Si es así, me gusta más el estilo que tienes ahora, con todo el cariño.... La fotografía impecable, de eso no hay ninguna duda "marca de la casa".... El ultmo párrafo me ha encantado del texto, ese: "Ella, ignorando que por un momento, fue la persona más importante de mi vida." Genial Ñoco. Un beso
Lo siento, soy más de carne...
...concretamente de la del otro lado del mostrador...
Me encantó acompañarte a la compra querido Ñoco...
Nunca comprar pescado resultó tan interesante. La foto, magnífica como siempre.
Por cierto ¿ qué tal salió la lubina?
Mil besitos!!!
Es increíble todo lo que la mente puede crear en un momento de espera infinita en corto tiempo. Me llamo la atención de cómo mides la edad por los senos como caen flácidamente o el movimiento del seno en concordancia con el movimiento de la mano.
Esa foto me hace hasta sentir el olor a mar que debe de inundar ese local, y las naranjas casi tienen el mismo precio que en Costa Rica, al final a veces por instantes alguien es el centro de nuestra atención, aunque sea por la espera de una interminable fila.
El que sigue por favor…
Saludos
Ostras... casi estaba emocionada viendo cómo pasan los números!
:)
Besicos
Qué buena imagen.. y aún un mejor texto. Siempre sorprendiendo y dándole ese giro tan tuyo a las cosas. Un saludo
Pues la maragota tiene muy buena pinta y ademas esta riquisima al horno, y los choquitos ni te cuento mmmmmm que cosa mas deliciosa. De primero unos berberechos al vapor espolvoreados con un poquito pimenton picante y servidos tibios. Los mejillones empaquetados va a ser que no, eso si que no. Los mas ricos los de malla y etiquetados (eso siempre) a poder ser de Arosa.
Uy! si estoy viendo los jurelitos mmmmmmmm con unos cachelos y unos pimientos fritos son un manjar de dioses...
Claro que luego tendrias que ir a comprar el vino, por supuesto un Peza do Rei o un Rectoral de Amandi, aunque para los berberechos casi puedes comprar una botellita de Joaquin Rebolledo o Martin Codax, incluso un Terras Gauda que esta de muerte...
Luego pasate por la sección de pasteleria y casi podrias mirar si hay tarta de almendra, pero no de la prefabricada si no, la artesana, aahhh!!! y de paso coge pan, una bollita de pan de cea bien vale, y si no hay puedes coger un trozo de pan de maiz...
Bueno, te acordarás de todo???
Creo que la señora de las gafas, te ha estado observando sin que tu te dieras cuenta, mientras repasabas mentalmente tu nota ;)
Alousiles de felicitaciones!!!
:)
Me parece estupendo, cada uno se busca sus trucos para no desesperar en esas terribles colas de las pescaderías.
Es bonito, me hubiese gustado ser yo la señora esa a la que tanto admiraste.
La foto de los pescaditos, mmmmmmm... ¡están para comérselos!
Besos, Ñoco.
Buenos días, Ñoco Le Bolo:
Me encanta ver hombres comprando en el Supermercado, y más aún en la pescadería.
La joven de la fotografía estaba ausente, preocupada. Y cansada de una dura jornada.
Siempre me fijo, en lo fatigadas que están algunas empleadas de las grandes superficies, al final del día.
¡Qué experta debe ser Merce en hacer listas de la compra, y cocinar!.
Por cierto en el mostrador no veo besugos. Tienen los ojos tan propios...
Estoy leyendo un libro estupendo: "Espacios personales" -de Andrés A. Rodríguez- y tiene un relato que recomiendo, como todo el libro claro.
Saludos. Gelu
P.D.: ¿A quién te recordaba la señora para llamarte tanto la atención?.
Todo un flashback in fraganti.
Siempre hay personas que son especiales, son esas que recogen la mirada, pienso que precisamente por que están es si mismas, en el mundo pero flotando en él...
Pero esta fotografía es otro mundo, tanto por sus reflejos como por la ausencia en la protagonista... Aquí tu número posiblemente hubiera sido el 00 :)
Un placer y un abrazo con muchas florecitas :)
¡Qué lindo, Ñoco! Una pena que la señora mirada y bien mirada no reparara en tu interés. Le hubiera encantado, estoy segura.
Y si además pudiera leer estas líneas!!!
Tiernamente sensual, un abrazo
Hace tiempo que me apetece acercarme un día a la plaza de Lugo, lugar donde se vende el mejor pescado de España (y del universo) a intentar una buena fotografía y vas tú, y me pisas el invento, es igual, quizás aún persevere en la idea.
La foto está simpática pero el relato la ha superado con creces. Se nota que no es ficción, haces la compra, no hay duda.
De todas formas me he quedado con la intriga de si merecía o no comprar las naranjas, si un kilo o tres...
Muy bueno, Ñoco, eres un fenómeno.
un bico
La fotografía es, tal y como podíamos esperar, perfecta, precisa y digna del fotógrafo.
El texto es un viaje, cámara en mano, como si fuéramos el director de una película entregada con primor por nuestro guionista. Busquemos situaciones, exteriores, extras y figurantes. La estrella ya la tenemos…. ¡Silencio se rueda!
Besánganos sin aparatosear.
P.D. Sé que esto es un robo, pero me dejas ¿Verdad?
Si hubieras abierto un poco más el campo, seguro que me habrías visto.
Me encanta ir al mercado, lo hago casi a diario, aunque no vaya a comprar, me gusta estar, mirar, que me conozcan los distintos dependientes, ver lo que hay, lo más fresco, lo más nuevo, lo caro, lo barato, lo que está en oferta...
Una vez más, un post magnífico.
Una pasada de Post. Refleja el trasiego y el día a día de la vida en el mercado. Saludos.
Muy buena historia sacada de una bonita fotografia.
Felicidades.
Besos
HOLA ÑOCO....MUY BUEN "ROBADO"....Y UN TEXTO EXCELENTE.
SALUT
JOAN
Creo que me he quedado con la mirada ausente y se me ha pasado el turno.
Me da un poco de rabia pero ha valido la pena porque me encontraba en un mundo de pensamientos capturados.
Te dejo unas VolVoretas distraidas.
una foto excelente.
Unos ojos de un verde imposible en
un rostro que aún podría dibujar
de una mujer mayor pero dueña
de la belleza, en un desfile en la
calle, siendo yo un niño,podría
acercarse a tu relato, hoy, mejor
que la foto.
Un abrazo
nunca la espera de una pescadera dio tanto de si
saludos
Excelente retrato. Gosto muito da composição e dos reflexos e brilhos da imagem.
Nunca un acto cotidiano fué tan descrito, por un momento creí estar en la cola... leyendote el pensamiento y mirando a la dama.
Bello eso de que: "por un momento, fue la persona más importante de mi vida"
¿Alguna vez me habran observado asi? yo sí... jajajaja.
Saludos
Ummmmmmmm, es la primera vez que no se me atraganta el pescado!
Precioso relato y fotografía.
Mil besos frescos.
Miren.
Quizá sea un atrevimiento por mi parte pero aún así lo diré: Creo que indiscutiblemente este es un texto "made in Ñoco le Bolo". Solo a tí se le ocurren estas historias ... tan geniales!!!
PD: Ya ves que no puedo remediarlo, a lo de sacarte los colores me refiero ...
Qué pasada, qué manera de describirlo. POr un momento yo también estuve allí, a su lado...
Besos Ñoco.
Me encantan las pescaderías
Me gusta el pescado,lo que más.
Es un placer visitarte Ñoco........
Besicos.
¡Dios!, ¡como odio las colas de los centros comerciales!
Yo en tu lugar en vez de observar me estaría acordando de las madres de todoquisque y sobre todo de la de la pelmaza esa que parece que se vaya a llevar ella solita toda la pescadería para casa.
Devo lhe dizer com toda a franqueza que além de fototografares maravilhosamente bem, escreves muitíssimo bem e poeticamente. Abraço
Creo que fue su serenidad lo que llamó tu atención, su acuerdo con el paso del tiempo, su manera personal de vestir cuando es casi obligatorio seguir las "normas" al llegar a una edad.
Me gustó el relato, aunque esperaba que me desvelaras algún secreto al final,no está nada mal eso de que ella no se enteraría nunca de que fue, por un momento, lo más importante para ti.
La foto muy equilibrada en el encuadre, y la chica con la mirada perdida necesita todo ese "aíre" que en otro retrato sobraría.
Besos desde mis moreras y brindimos con cava brut nature, eso siempre.
entretenida historia ñoco, como todo lo que escribes, en esta ocasión me quedo con esta frase: "...distintos peces, que en esos momentos ya eran pescados", me gustó esa conversión que haces y que luego mantienes a lo largo de toda la historia, tal vez eso nos pase también a los humanos que somos algo hasta que nos convertimos en otra cosa, je, un saludete
La foto de la pescadera impasible...
Ñoquito, realmente hace magia, sacádole tanta chicha a un acto de lo más cotidiano y logrando enganchar al lector en todo momneot. Ole su arte!!!
MUUUUUAAA!!!
Uy, quería decir "momento", jejeje. Sé que me repito en mi comentario, pero es que usted engancha, engancha...
... me sigue encantando esta historia, aunque o el tiempo hace estragos en mi memoria, o hay detalles que no recordaba en absoluto... ya que te vas animando con lo de fotografiar personas, hay una foto que te sigue esperando, en un paso de peatones... avisa cuando la encuentres :). 3dl
Y qué precioso es saberte ladrón de momentos cuando el o la protagonista de tu atención no mira, no intercepta, no atiende. Y luego la historia que se va generando en tu cabeza a partir de un gesto, una mirada, un soplo.
Es magia, simplemente. Estaba allí.
Besos mágicos.
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